Seguidores

martes, 18 de agosto de 2015

Ser o no ser vs. Estar o no estar..



Recientemente descubrieron, luego de varios estudios, que algunas pipas de Shakespeare contenían restos de marihuana y coca, lo cual podría explicar varias cosas, pero antes que los cultores del porro se suban al carro, es importante aclarar que su genialidad no provenía del consumo de marihuana o coca.

Al igual que muchos otros GRANDES de la música, el arte y las letras, que nos han brindado sus maravillosas obras, su maestría no radicaba en su adicción, muy por el contrario, casi se podría decir, que fueron grandes "a pesar de su adicción". De no ser así cualquier drogadicto podría ser Jimi, Bob o Van Gogh (que con algo seguro que se daba, aunque sea ginebra).

Y me puse a reflexionar que en inglés, el To Be, a diferencia del español, puede usarse tanto para el SER o el ESTAR (I am Ato / I am here/happy) y que sabiendo de su adicción (o al menos sospechándola) su famoso soliloquio bien podría haber sido una reflexión tipo:

¿Soy drogadicto o no soy drogadicto?
(To be a junkie or not to be a junkie?)
¿Estoy drogado o no estoy drogado?
(To be stoned or not to be stoned?)

Un importante detalle: este famoso soliloquio, tal vez el más citado de la literatura, se refiere a un estado de depresión profunda en el cual Hamlet está contemplando morir/suicidarse. Su popularidad casi podría interpretarse como que la humanidad empatiza mucho con éste estado.

Y los dejo con la versión del Ser o No Ser de La Vela Puerca .






jueves, 6 de agosto de 2015

MUJER - HOMBRE 100.000 A.C. vs. HOY



HOMBRE – MUJER DE HACE 100 MIL AÑOS VS. HOY.

Extracto del libro Ágil Mente de Estanislao Bachrach.

No es material típico de Blogger, pero tal vez les interese entender porqué la gente anda tan pero tan angustiada. Sobre todo las madres solteras/divorciadas. No, la verdad que no las envidio, ni un poquito. Si andan con poco tiempo lean directamente el final, y tal vez asientan, pero no van a entender bien porqué. Y he ahí el meollo del asunto.

El pasado… ¿pisado? En su libro The Buying Brain, el doctor A. K. Pradeep cuenta cuatro minihistorias muy logradas para explicar la diferencia, o más bien la similitud, de la vida cerebral de nuestros primeros ancestros hace cien mil años en África y nuestra vida hoy. Aquí van. Viajemos en el tiempo y observemos tu vida hace cien mil años… Te despertás en la sabana africana un día muy seco, con el sol en la cara. Tenés hambre y frío. Tu cerebro orientado por objetivos —tu nuevito córtex prefrontal comanda al cuerpo a buscar y encontrar lo que más se necesita— te empuja a salir, a conseguir comida. Agarrás tu lanza, también nuevita, y te alejás de tu refugio. Tus niveles de ansiedad aumentan, tus sentidos están alertas, tus oídos monitorean todo tipo de ruido que escuchás a trescientos sesenta grados. Tus ojos escanean el horizonte, tu nariz olfatea el olor a otros animales, agua, plantas. Tu boca está muy seca, y todos tus músculos están tensos y preparados. Tu respiración es rápida y tu ritmo cardíaco, elevado. Dos horas más tarde, tus ojos, oídos y nariz te alertan. Algo se está moviendo detrás de los pastos altos. De pronto una cola aparece y de inmediato la mirada de un leopardo se cruza con tus ojos. En una velocidad alucinante tu cerebro calcula el próximo paso. El leopardo es más rápido que vos. ¿Deberías escapar? Pero tu lanza es mortal y tenés mucha hambre. ¿Deberías luchar? En milisegundos la decisión está tomada. El leopardo también tiene hambre, y ves su determinación mientras se te acerca agazapado y te muestra sus dientes. Sus bigotes se mueven mientras entra en estado de máxima alerta. Toma la decisión y se te abalanza. Ustedes son dos predadores mortales con mucho hambre. Sólo uno sobrevivirá. Tu corazón bombea fuerte, tu cuerpo transpira y tus músculos tiemblan mientras avanzás en esta vida con escenarios de vida o muerte. La pelea fue corta pero sangrienta. Estás herido pero volverás a tu refugio con tu lanza. El leopardo está colapsando y tu cuerpo segrega endorfinas; la hormona de “me siento bien”, que te produce una sensación de euforia. Cargás el leopardo en tu espalda y caminás algunos kilómetros hasta tu hogar, ahuyentando cuervos y hienas que te quieren robar la comida. Te recibe la gente de tu tribu con alegría, preparan un festín y limpian tus heridas. Aquí el circuito cerebral de recompensa se enciende, y la sensación de orgullo y deber cumplido se establece profundo en tu psiquis. Esto te impulsará a que salgas a cazar algún otro día.

Cuando en el cerebro se enciende el sistema de comportamiento-recompensa, se libera una fuerte dosis de dopamina que nos motiva a volver a intentarlo y a repetirlo. Durante algún tiempo este sistema de comportamiento repetitivo enciende el circuito de recompensa y otros sistemas neurológicos que nos motivan a mejorar la performance y hacerlo cada vez más fácil y con frecuencia. Física y emocionalmente exhausto, te entregás a un sueño reparador. Un nuevo día amanece.

Mismo cerebro hoy, siglo XXI… Esta mañana te despertás con el sonido de tu alarma digital. Estás calentito y cómodo. En lugar de focalizar en la búsqueda de comida para asegurar tu supervivencia, examinás tu heladera para ver qué opción de “pocas calorías” te conviene. Muy rara vez, o nunca, la búsqueda de un sustento es tu motivador principal para comenzar tus actividades. Pero tu cerebro primitivo todavía siente una compulsión por cazar, por lograr, entonces eleva la misión del día a un escenario de vida o muerte. Chequeás tu e-mail y te das cuenta de que un proveedor te acaba de mandar una carta documento. Exactamente como te sucedió en la hambrienta sabana africana, tu ansiedad aumenta, te pone tenso y superalerta. El cerebro te urge la búsqueda de alivio. Agarrás el celu y la laptop y comenzás tu viaje en auto al trabajo. Sentado, en el tránsito, tu cerebro se siente amenazado. Las bocinas suenan todas al mismo tiempo y tu amígdala —parte del cerebro que responde al estrés— se prende fuego. Tu presión sanguínea aumenta y tu corazón va más rápido. Todo tipo de mensajes publicitarios en la autopista te seducen y te invaden sin cesar. Prendés la radio. Cayó la Bolsa. Tu sentido de seguridad se ve amenazado otra vez. Tu irritación crece cuando un auto trata de pasarte por donde no debería. Te enojás y no lo dejás pasar, haciendo una maniobra automovilística digna de un maestro del volante. Llegás al trabajo y estacionás. En el estacionamiento, un grupo de jóvenes transpirados y temblorosos tratan de robarte la computadora, el celular y la plata. Tu instinto de supervivencia entra en juego. Gritás y tratás de moverte entre los jóvenes. Confrontados por vos, ellos ahora están tan enojados como desesperados. No sólo quieren tu compu sino también tu vida. Tu corazón se sale por la fuerza de los latidos, y tus músculos tiemblan. Justo llegan dos guardias de seguridad, y los hombres se escapan. Colapsás en alivio. Horas, días y semanas más tarde, tu cerebro va a revivir toda la escena. Vas a soñar con ella todas las noches. Tu umbral de miedo ahora es más bajo, y tu seguridad se ve amenazada constantemente. Pero no corrés ni te escapás —como cien mil años antes— sino que entrás en tu oficina y te sentás en tu escritorio. Interactuás con tus colegas todo el día, tratando de influenciarlos y obtener más poder. Tu nivel de cortisol (la hormona del estrés) aumenta, y mejora tu estado de alerta y performance.

Estás “en tu juego”, alineándote con aquellos que apoyan tus objetivos y escaneando a los que podrían destruirte. Tus ojos, ciento por ciento del tiempo, ocupándose de esto. Cuando volvés a tu casa, la noche ya llegó y un montón de luces parpadeantes te acompañan en el camino. Tu cerebro lucha para tratar de entender todos esos mensajes que te disparan esas luces. La gran mayoría es irrelevante. Aquellos mensajes nuevos o relevantes repercuten en tu hipocampo, y quedarán guardados de manera más permanente en tu córtex. Llegás a casa, encendés alguno de tus tres plasmas (o los tres) y pasás algunas horas recibiendo, enviando o monitoreando más mensajes (de texto, de email, de Internet, de publicidad, etcétera). Caés dormido en un sueño para nada restaurador, el cual es importantísimo para consolidar la información en tu memoria que podría ayudarte mañana a adaptarte mejor. 

Viajemos ahora otra vez cien mil años en el tiempo, pero comparemos un día en la mujer de aquella época con un día actual… Te despertás transpirada con un bebé hambriento en tus brazos. Lo limpiás y le das de comer y luego buscás algo de comida para vos. Estás peligrosamente flaca y con muchísima sed. El bebé necesita succionar de vos todo tu reservorio de grasa. Con el bebé encima, te aventurás unos metros alrededor de tu área de refugio. Las otras mujeres, adolescentes y chicos de tu tribu van con vos. Se acercan a un lugar donde hace unos días habían encontrado unos gustosos frutos y raíces. Cuando los niños se duermen, algunas mujeres los cuidan y otras siguen recolectando frutos, semillas, raíces y, a veces, pequeños roedores y víboras. Todas las mujeres se mantienen cerca, siempre alerta a la aparición de depredadores, preparadas para pararse entre las fieras y los niños. Sin embargo, nunca atacarían a depredadores peligrosos y grandes. Su córtex prefrontal sabe que un ataque a “todo o nada” podría dejar a sus hijos vulnerables, sin protección o incluso muertos. Sin saberlo, este cuidado les permite cumplir con su objetivo en la evolución de la especie: procrear con éxito. La banda de mujeres y chicos se pasa el día juntando comida y apoyándose mutuamente. No obstante, si alguna miente o engaña, quizá sea una ventaja evolutiva para ella y su progenie. Las mujeres se ocupan de los enfermos y aprenden con rapidez a interpretar a los demás y, sobre todo, a sus hijos, que sólo pueden comunicarse con expresiones faciales y el contacto de ojos. Sin lenguaje hablado, las mujeres pueden distinguir si lloran por hambre, irritación, aburrimiento, angustia, etcétera. Mientras cuidan a sus hijos todo el día, la oxitocina fluye por su sistema dejándolas tranquilas, hasta un poco sedadas, pero muy comprometidas con sus tareas. El cableado del cerebro femenino evoluciona entonces con habilidades empáticas, comprendiendo muchas veces con sólo mirar al otro sus sentimientos o necesidades. Cuando cae la noche, vuelven los hombres. Alguno habrá cazado una gran presa que alimentará con proteínas y calorías a toda la tribu. 

Las mujeres celebran y recompensan al cazador exitoso (billetera mata galán), mientras que reaccionan tímidas y cautelosas con los frustrados para no irritarlos más de la cuenta. Las mujeres entonces elegirán al mejor macho según sus cualidades de exitoso cazador y procrearán con él. Mientras cenan y escuchan las historias de los cazadores (en idioma “gruñón”), las mujeres se acuestan al lado de sus hombres y con sus bebés en brazos. Mismo cerebro, cien mil años más tarde… Apagás tu alarma, te duchás y vestís rápido. Afuera todavía está oscuro, lo que te permitirá completar todas tus actividades del día. Preparás la mochila y el almuerzo para los chicos. Mirás el calendario y qué actividades tienen hoy. Firmás un permiso para una excursión y le escribís una nota a quien cuida a los chicos por la tarde para que recuerde que tu hija tiene dentista y tu hijo, partido de fútbol. Chequeás la heladera y anotás lo que falta y lo que podrían comer tus hijos cuando vuelvan a la tarde del colegio. Pagás las cuentas online antes de despertar a los chicos, vestirlos, desayunar y llevarlos, apurada, a la escuela. Tu cerebro evolucionó multitask, como el de tus ancestros que cuidaban a los chicos, buscaban comidas y atendían a los enfermos. Sos una genia de la eficiencia. El cableado del cerebro femenino evoluciona entonces como lo que se conoce por multitasking , con una conexión entre los hemisferios derecho e izquierdo más importante que en los típicos cerebros de los hombres. Esto les permite hacer malabares entre las emociones, la lógica y las muy diferentes tareas diarias, con más facilidad. En su día, las mujeres tienen muchas “misiones críticas”. Cada uno de los chicos necesita que los despierten y redespierten más de una vez. Los dientes, peinarse, lavarse… Tu hija llora porque no le gusta el vestidito que le elegiste cuando ya están en el auto por salir a la escuela. Pero tu habilidad empática resuelve el problema con rapidez. Agarrás la laptop y el teléfono celular y encarás para la escuela. De pronto te acordás de que hoy te toca a vos buscar a otros chicos y das la vuelta. Frustrada, llegás tarde a cada casa y a la escuela y tenés que bancarte el enojo de los otros padres. Tomás la avenida, y es un caos. Conductores agresivos frenan de golpe, tocan la bocina y se te adelantan por donde no deberían. Tu cerebro siente esto como una situación de “vida o muerte”. Tu corazón late más fuerte, tu ansiedad aumenta, fluye cortisol por tu sistema. Pero tu cerebro está preparado para lidiar con peligros inminentes y ataques probables. Llegás a la oficina corriendo. Casi sin aliento entrás tarde a una reunión.

Mientras presentás tu trabajo a tus colegas, parte de tu cerebro continúa pensando en los chicos. ¿Les puse frutas? ¿Esos mocos serán una gripe o una alergia? Te hundís en tu trabajo, llenando propuestas y pedidos. Tu cerebro multitasking accede ambos hemisferios sin mucho esfuerzo. No almorzás porque estás un poco atrasada. A las 14:30 llama la señora que cuida a tus hijos. Está enferma. Tu cerebro ahora lanza señales de alarma ¡por todos lados! Los hijos deben ser protegidos, es la prioridad. Agarrás tus cosas y salís disparada sabiendo que lo que diga tu jefe o tus colegas puede ser peligroso para tu carrera, te lo advierte tu cerebro. Volvés manejando rápido y chequeando la hora todo el tiempo. Vas a llegar tarde y tu respiración se agita y se hace más corta. Cada semáforo rojo te desespera. ¡Vamos!, ¡vamos!, ¡dale!, ¡dale! Llegás quince minutos tarde, y tus hijos están enojados y caprichosos. Dejás a la nena en el dentista y al varón en fútbol, después volvés al dentista. No pudiste ver el entrenamiento de tu hijo ni un solo minuto. No pudiste sentarte al lado de tu hija en el dentista. Sin embargo, tu cerebro disfruta del confort de tenerlos cerca. Volvés a casa, son las siete de la tarde y la heladera está vacía. Estás levantada hace más de doce horas y todavía no pudiste pasar quince minutos de calidad con tus hijos. Los ayudás en sus tareas de la escuela, llamás a un delivery de pizza y abrís la computadora para terminar lo que no pudiste hacer más temprano. Luego de una cena de veinte minutos cada uno se va a su cuarto. Como mujer con cerebro que necesita conectar, te sentís un poco incómoda porque no pudiste hablar con los chicos ni con tu marido ni con tus amigos en todo el día. A las diez de la noche los acostás, luego de chequear la tarea, y llega tu marido mientras estás sacando la ropa del lavarropa. Hablan un ratito muy corto y exhausta te tirás en la cama a eso de la medianoche. Soñás con amenazas y ataques simbólicos mientras tu cerebro trata de entender lo que pasó en el día. 

Comparando con sus ancestros, los cerebros de las mujeres de hoy tienen muchas más responsabilidades. Su habilidad para mantener a los suyos cerca se ve amenazada constantemente por el estilo de vida de la ciudad moderna.

Estas historias nos muestran con claridad cómo las emociones y el instinto son los verdaderos conductores de nuestro comportamiento, ya sea miles de años atrás u hoy, siglo XXI.