Don Luis trabaja en un corralón, fuma entre 20 a 30 puchos por día, mide unos 1.65m, tendrá unos 60/65 años y debe pesar alrededor de 60 kilos – Cuando los del corralón le dijeron que cargara las 4 bolsas de cemento (50kg) y las de cal (30kg) en mi camioneta, pensé que lo estaban mandando al muere.
Pero no, Don Luis se acercó adonde estaban las bolsas y de a una a la vez las fue levantando y cargando sobre su hombro ya hundido por décadas de cargar bolsas, hasta el auto.
No sé cuántos de uds. habrán intentando levantar una bolsa de 50kg de cemento, sobre todo cuando está en el piso, y luego depositado en un auto con cierto cuidado para no romperla.
No es tarea nada fácil. Y sin embargo Don Luis lo hacía con esa naturalidad que tienen los que se ganan el pan con el sudor en la frente.
Todo esto de por sí, ya ameritaría un galardón de Lobo del Año, pero este es un blog de sexo, y el galardón no se lo lleva por cargar bolsas que pesan casi lo mismo que él, el galardón se lo lleva porque cuando le comenté a otro muchacho que trabaja en el corralón:
“Es increíble que un viejito de 60 que debe pesar casi lo mismo que esas bolsas de cemento las pueda cargar con tanta facilidad”
A lo que el muchacho respondió:
“¿Eso le parece increíble?” “Más increíble es que se está cogiendo una pendeja de 22 años”
Yo le pregunté medio en joda:
¿“Pero la pendeja es ciega, o es un bagayo”?
Y el tipo me respondió:
-“No es una diosa, pero yo le echaría un par de polvazos sin ningún problema”.
Y me fui de ahí pensando. Qué lo parió, uno se queja algunas veces del laburo que tiene, de los quilombos, y algunas veces no tiene ganas ni de coger, y este Don Luis, se rompe el lomo laburando y llega a su casa y la tiene a la pendeja esperándolo con el delantal puesto y sin nada abajo (esto último corre por cuenta mía)
La otra tarde lo vi a Don Luis – Fue en la plaza del barrio. Iba con una “piba” de 25/26. No sabría decirles si era la hija, la nieta o la novia. Iban caminando alegremente, aunque nada acaramelados. No había siquiera un roce de hombros ni se sostenían las manos. Era un Domingo y él iba vestido con camisa blanca, pañuelo al cuello azul, pantalón negro y mocasines negros. Ella con jeans, remera blanca y hojotas. Nos cruzamos, saludamos y seguimos nuestros caminos.
De haber tenido un sombrero, yo lo hubiese inclinado levemente en señal de respeto.
Es que el Lobo, no necesita escenarios, libretos, vestuarios, fama ni nada. No hace falta ser un Sean Connery, un Borges, un Leloir o un Papo, sólo un humilde Lobo. El Lobo se gana el respeto de los hombres y el afecto de las mujeres, sólo por ser Lobo. Tenga 30, 50 o 70 años. Es así nomás.
Otro día les cuento sobre Don Carlos, el albañil de 65 años que refaccionó mi casa y me ayudó a descargar las bolsas cuando llegué a casa (cuando digo ayudó, significa que yo descargué las de 30 y él las de 50...)