HOMBRE – MUJER DE HACE 100 MIL AÑOS VS. HOY.
Extracto del libro Ágil Mente de Estanislao
Bachrach.
No es material típico de Blogger, pero tal vez les interese entender porqué la gente anda tan pero tan angustiada. Sobre todo las madres solteras/divorciadas. No, la verdad que no las envidio, ni un poquito. Si andan con poco tiempo lean directamente el final, y tal vez asientan, pero no van a entender bien porqué. Y he ahí el meollo del asunto.
El
pasado… ¿pisado? En su libro The Buying Brain, el doctor A. K. Pradeep cuenta
cuatro minihistorias muy logradas para explicar la diferencia, o más bien la
similitud, de la vida cerebral de nuestros primeros ancestros hace cien mil
años en África y nuestra vida hoy. Aquí van. Viajemos en el tiempo y observemos
tu vida hace cien mil años… Te despertás en la sabana africana un día muy seco,
con el sol en la cara. Tenés hambre y frío. Tu cerebro orientado por objetivos
—tu nuevito córtex prefrontal comanda al cuerpo a buscar y encontrar lo que más
se necesita— te empuja a salir, a conseguir comida. Agarrás tu lanza, también
nuevita, y te alejás de tu refugio. Tus niveles de ansiedad aumentan, tus
sentidos están alertas, tus oídos monitorean todo tipo de ruido que escuchás a
trescientos sesenta grados. Tus ojos escanean el horizonte, tu nariz olfatea el
olor a otros animales, agua, plantas. Tu boca está muy seca, y todos tus
músculos están tensos y preparados. Tu respiración es rápida y tu ritmo
cardíaco, elevado. Dos horas más tarde, tus ojos, oídos y nariz te alertan.
Algo se está moviendo detrás de los pastos altos. De pronto una cola aparece y
de inmediato la mirada de un leopardo se cruza con tus ojos. En una velocidad
alucinante tu cerebro calcula el próximo paso. El leopardo es más rápido que
vos. ¿Deberías escapar? Pero tu lanza es mortal y tenés mucha hambre. ¿Deberías
luchar? En milisegundos la decisión está tomada. El leopardo también tiene
hambre, y ves su determinación mientras se te acerca agazapado y te muestra sus
dientes. Sus bigotes se mueven mientras entra en estado de máxima alerta. Toma
la decisión y se te abalanza. Ustedes son dos predadores mortales con mucho
hambre. Sólo uno sobrevivirá. Tu corazón bombea fuerte, tu cuerpo transpira y
tus músculos tiemblan mientras avanzás en esta vida con escenarios de vida o
muerte. La pelea fue corta pero sangrienta. Estás herido pero volverás a tu
refugio con tu lanza. El leopardo está colapsando y tu cuerpo segrega
endorfinas; la hormona de “me siento bien”, que te produce una sensación de
euforia. Cargás el leopardo en tu espalda y caminás algunos kilómetros hasta tu
hogar, ahuyentando cuervos y hienas que te quieren robar la comida. Te recibe
la gente de tu tribu con alegría, preparan un festín y limpian tus heridas.
Aquí el circuito cerebral de recompensa se enciende, y la sensación de orgullo
y deber cumplido se establece profundo en tu psiquis. Esto te impulsará a que
salgas a cazar algún otro día.
Cuando
en el cerebro se enciende el sistema de comportamiento-recompensa, se libera
una fuerte dosis de dopamina que nos motiva a volver a intentarlo y a
repetirlo. Durante algún tiempo este sistema de comportamiento repetitivo
enciende el circuito de recompensa y otros sistemas neurológicos que nos
motivan a mejorar la performance y hacerlo cada vez más fácil y con frecuencia.
Física y emocionalmente exhausto, te entregás a un sueño reparador. Un nuevo
día amanece.
Mismo cerebro hoy, siglo XXI… Esta mañana te despertás con el
sonido de tu alarma digital. Estás calentito y cómodo. En lugar de focalizar en
la búsqueda de comida para asegurar tu supervivencia, examinás tu heladera para
ver qué opción de “pocas calorías” te conviene. Muy rara vez, o nunca, la
búsqueda de un sustento es tu motivador principal para comenzar tus
actividades. Pero tu cerebro primitivo todavía siente una compulsión por cazar,
por lograr, entonces eleva la misión del día a un escenario de vida o muerte.
Chequeás tu e-mail y te das cuenta de que un proveedor te acaba de mandar una
carta documento. Exactamente como te sucedió en la hambrienta sabana africana,
tu ansiedad aumenta, te pone tenso y superalerta. El cerebro te urge la
búsqueda de alivio. Agarrás el celu y la laptop y comenzás tu viaje en auto al
trabajo. Sentado, en el tránsito, tu cerebro se siente amenazado. Las bocinas
suenan todas al mismo tiempo y tu amígdala —parte del cerebro que responde al
estrés— se prende fuego. Tu presión sanguínea aumenta y tu corazón va más
rápido. Todo tipo de mensajes publicitarios en la autopista te seducen y te
invaden sin cesar. Prendés la radio. Cayó la Bolsa. Tu sentido de seguridad se ve
amenazado otra vez. Tu irritación crece cuando un auto trata de pasarte por
donde no debería. Te enojás y no lo dejás pasar, haciendo una maniobra
automovilística digna de un maestro del volante. Llegás al trabajo y
estacionás. En el estacionamiento, un grupo de jóvenes transpirados y
temblorosos tratan de robarte la computadora, el celular y la plata. Tu
instinto de supervivencia entra en juego. Gritás y tratás de moverte entre los
jóvenes. Confrontados por vos, ellos ahora están tan enojados como desesperados.
No sólo quieren tu compu sino también tu vida. Tu corazón se sale por la fuerza
de los latidos, y tus músculos tiemblan. Justo llegan dos guardias de
seguridad, y los hombres se escapan. Colapsás en alivio. Horas, días y semanas
más tarde, tu cerebro va a revivir toda la escena. Vas a soñar con ella todas
las noches. Tu umbral de miedo ahora es más bajo, y tu seguridad se ve
amenazada constantemente. Pero no corrés ni te escapás —como cien mil años
antes— sino que entrás en tu oficina y te sentás en tu escritorio. Interactuás
con tus colegas todo el día, tratando de influenciarlos y obtener más poder. Tu
nivel de cortisol (la hormona del estrés) aumenta, y mejora tu estado de alerta
y performance.
Estás
“en tu juego”, alineándote con aquellos que apoyan tus objetivos y escaneando a
los que podrían destruirte. Tus ojos, ciento por ciento del tiempo, ocupándose
de esto. Cuando volvés a tu casa, la noche ya llegó y un montón de luces
parpadeantes te acompañan en el camino. Tu cerebro lucha para tratar de entender
todos esos mensajes que te disparan esas luces. La gran mayoría es irrelevante.
Aquellos mensajes nuevos o relevantes repercuten en tu hipocampo, y quedarán
guardados de manera más permanente en tu córtex. Llegás a casa, encendés alguno
de tus tres plasmas (o los tres) y pasás algunas horas recibiendo, enviando o
monitoreando más mensajes (de texto, de email, de Internet, de publicidad,
etcétera). Caés dormido en un sueño para nada restaurador, el cual es
importantísimo para consolidar la información en tu memoria que podría ayudarte
mañana a adaptarte mejor.
Viajemos ahora otra vez cien mil años en el tiempo,
pero comparemos un día en la mujer de aquella época con un día actual… Te
despertás transpirada con un bebé hambriento en tus brazos. Lo limpiás y le das
de comer y luego buscás algo de comida para vos. Estás peligrosamente flaca y
con muchísima sed. El bebé necesita succionar de vos todo tu reservorio de
grasa. Con el bebé encima, te aventurás unos metros alrededor de tu área de
refugio. Las otras mujeres, adolescentes y chicos de tu tribu van con vos. Se
acercan a un lugar donde hace unos días habían encontrado unos gustosos frutos
y raíces. Cuando los niños se duermen, algunas mujeres los cuidan y otras
siguen recolectando frutos, semillas, raíces y, a veces, pequeños roedores y
víboras. Todas las mujeres se mantienen cerca, siempre alerta a la aparición de
depredadores, preparadas para pararse entre las fieras y los niños. Sin
embargo, nunca atacarían a depredadores peligrosos y grandes. Su córtex
prefrontal sabe que un ataque a “todo o nada” podría dejar a sus hijos
vulnerables, sin protección o incluso muertos. Sin saberlo, este cuidado les
permite cumplir con su objetivo en la evolución de la especie: procrear con
éxito. La banda de mujeres y chicos se pasa el día juntando comida y apoyándose
mutuamente. No obstante, si alguna miente o engaña, quizá sea una ventaja
evolutiva para ella y su progenie. Las mujeres se ocupan de los enfermos y
aprenden con rapidez a interpretar a los demás y, sobre todo, a sus hijos, que
sólo pueden comunicarse con expresiones faciales y el contacto de ojos. Sin
lenguaje hablado, las mujeres pueden distinguir si lloran por hambre,
irritación, aburrimiento, angustia, etcétera. Mientras cuidan a sus hijos todo
el día, la oxitocina fluye por su sistema dejándolas tranquilas, hasta un poco
sedadas, pero muy comprometidas con sus tareas. El cableado del cerebro
femenino evoluciona entonces con habilidades empáticas, comprendiendo muchas
veces con sólo mirar al otro sus sentimientos o necesidades. Cuando cae la
noche, vuelven los hombres. Alguno habrá cazado una gran presa que alimentará
con proteínas y calorías a toda la tribu.
Las mujeres celebran y recompensan al
cazador exitoso (billetera mata galán), mientras que reaccionan tímidas y
cautelosas con los frustrados para no irritarlos más de la cuenta. Las mujeres
entonces elegirán al mejor macho según sus cualidades de exitoso cazador y
procrearán con él. Mientras cenan y escuchan las historias de los cazadores (en
idioma “gruñón”), las mujeres se acuestan al lado de sus hombres y con sus
bebés en brazos. Mismo cerebro, cien mil años más tarde… Apagás tu alarma, te
duchás y vestís rápido. Afuera todavía está oscuro, lo que te permitirá
completar todas tus actividades del día. Preparás la mochila y el almuerzo para
los chicos. Mirás el calendario y qué actividades tienen hoy. Firmás un permiso
para una excursión y le escribís una nota a quien cuida a los chicos por la
tarde para que recuerde que tu hija tiene dentista y tu hijo, partido de
fútbol. Chequeás la heladera y anotás lo que falta y lo que podrían comer tus
hijos cuando vuelvan a la tarde del colegio. Pagás las cuentas online antes de
despertar a los chicos, vestirlos, desayunar y llevarlos, apurada, a la escuela.
Tu cerebro evolucionó multitask, como el de tus ancestros que cuidaban a los
chicos, buscaban comidas y atendían a los enfermos. Sos una genia de la
eficiencia. El cableado del cerebro femenino evoluciona entonces como lo que se
conoce por multitasking , con una conexión entre los hemisferios derecho e
izquierdo más importante que en los típicos cerebros de los hombres. Esto les
permite hacer malabares entre las emociones, la lógica y las muy diferentes
tareas diarias, con más facilidad. En su día, las mujeres tienen muchas
“misiones críticas”. Cada uno de los chicos necesita que los despierten y
redespierten más de una vez. Los dientes, peinarse, lavarse… Tu hija llora
porque no le gusta el vestidito que le elegiste cuando ya están en el auto por
salir a la escuela. Pero tu habilidad empática resuelve el problema con
rapidez. Agarrás la laptop y el teléfono celular y encarás para la escuela. De
pronto te acordás de que hoy te toca a vos buscar a otros chicos y das la
vuelta. Frustrada, llegás tarde a cada casa y a la escuela y tenés que bancarte
el enojo de los otros padres. Tomás la avenida, y es un caos. Conductores
agresivos frenan de golpe, tocan la bocina y se te adelantan por donde no
deberían. Tu cerebro siente esto como una situación de “vida o muerte”. Tu
corazón late más fuerte, tu ansiedad aumenta, fluye cortisol por tu sistema.
Pero tu cerebro está preparado para lidiar con peligros inminentes y ataques
probables. Llegás a la oficina corriendo. Casi sin aliento entrás tarde a una
reunión.
Mientras
presentás tu trabajo a tus colegas, parte de tu cerebro continúa pensando en
los chicos. ¿Les puse frutas? ¿Esos mocos serán una gripe o una alergia? Te
hundís en tu trabajo, llenando propuestas y pedidos. Tu cerebro multitasking
accede ambos hemisferios sin mucho esfuerzo. No almorzás porque estás un poco
atrasada. A las 14:30 llama la señora que cuida a tus hijos. Está enferma. Tu
cerebro ahora lanza señales de alarma ¡por todos lados! Los hijos deben ser
protegidos, es la prioridad. Agarrás tus cosas y salís disparada sabiendo que
lo que diga tu jefe o tus colegas puede ser peligroso para tu carrera, te lo
advierte tu cerebro. Volvés manejando rápido y chequeando la hora todo el
tiempo. Vas a llegar tarde y tu respiración se agita y se hace más corta. Cada
semáforo rojo te desespera. ¡Vamos!, ¡vamos!, ¡dale!, ¡dale! Llegás quince
minutos tarde, y tus hijos están enojados y caprichosos. Dejás a la nena en el
dentista y al varón en fútbol, después volvés al dentista. No pudiste ver el
entrenamiento de tu hijo ni un solo minuto. No pudiste sentarte al lado de tu
hija en el dentista. Sin embargo, tu cerebro disfruta del confort de tenerlos
cerca. Volvés a casa, son las siete de la tarde y la heladera está vacía. Estás
levantada hace más de doce horas y todavía no pudiste pasar quince minutos de
calidad con tus hijos. Los ayudás en sus tareas de la escuela, llamás a un
delivery de pizza y abrís la computadora para terminar lo que no pudiste hacer
más temprano. Luego de una cena de veinte minutos cada uno se va a su cuarto.
Como mujer con cerebro que necesita conectar, te sentís un poco incómoda porque
no pudiste hablar con los chicos ni con tu marido ni con tus amigos en todo el
día. A las diez de la noche los acostás, luego de chequear la tarea, y llega tu
marido mientras estás sacando la ropa del lavarropa. Hablan un ratito muy corto
y exhausta te tirás en la cama a eso de la medianoche. Soñás con amenazas y
ataques simbólicos mientras tu cerebro trata de entender lo que pasó en el día.
Comparando con sus ancestros, los cerebros de las mujeres de hoy tienen muchas
más responsabilidades. Su habilidad para mantener a los suyos cerca se ve
amenazada constantemente por el estilo de vida de la ciudad moderna.
Estas
historias nos muestran con claridad cómo las emociones y el instinto son los
verdaderos conductores de nuestro comportamiento, ya sea miles de años atrás u
hoy, siglo XXI.
Un doctor de la década del 60, Herminio Castellá, para mi un visionario, parió una teoría que me recuerda a algo de esto. Él decía que las vivencias ancestrales quedan almacenadas en el cerebro y éste es más lento que la "evolución", entonces reaccionamos a la amenaza de hoy, mucho menos peligrosa, con el énfasis de peligro de ayer. Es interesante aunque no hay mucho en internet sobre él. Por ejemplo, decía que la famosa crisis de los 40 de las mujeres está relacionada con las prostitutas, a ellas cuando el cuerpo ya no les daba quedaban relegadas por las más jovenes y terminaban de sirvientas o mendigando. Es la sensación de las mujeres de hoy, que se quedan fuera de juego. Todos tenemos una puta en el placard ¿O no?
ResponderEliminarInteresante la reflexión de Herminio, tiene bastante sentido si se lo compara con hechos de la vida cotidiana - aunque en pleno auge de la "sensación de inseguridad" cuando nuestros antepasados andarían con una lanza o hacha de piedra, en la mano, anticipando un ataque de un felino, hoy veo con notable sorpresa como muchas "potenciales víctimas" se ponen a chatear, o escuchan música con auriculares en las calles semi desiertas en altas horas de la noche. Es posible que su cerebro ya haya dejado de funcionar. No lo sé. En cuanto a las putas en el placard, no lo sé, creo que algunas no lo tienen, simplemente porque tal vez tengan una vida espiritual un tanto más alta que la general o no han sabido/querido encontrarlas ellas mismas o quienes estuvieron con ellas. Son muchas las posibilidades tratándose de mujeres. Nosotros al putín cada tanto lo sacamos, cuando paseamos con un caniche toy o elegimos ropa color pastel. Está la versión light "Exámen de Próstata" pero puede generar vicio! Un beso y gracias por pasar!
EliminarSomos una gran dotación genética modificada por el entorno, pero lo que siempre predomina es lo biológico, porque, en definitiva, creo que los evolucionistas tenían razón, somos organismos vivientes que asimilan y se acomodan, es decir, se adaptan.
ResponderEliminarSin embargo, en este pequeño trecho de existencia que me tocó, lamento ver que la tecnología (producto de la creación del hombre) nos ponga tan fáciles las cosas que, en muchos casos, pueda modificar alguna conducta que era fundamental. Así y todo, basta que suelte a un par de personas en pelotas en la selva (Supervivencia al desnudo, Discovery Channel) para ver como en unos pocos días vuelve el humano ancestral.
Un abrazo.
HD
Otra más fácil es ver a los seres humanos congregados durante un "riot" - De lo fácil que se pasa de una muestra de indignación medida al saqueo. Suele ocurrir de noche, cuando nuestros ancestros solían estar dormidos. Es que "de noche todos los gatos son pardos y todos los mansos no tanto". Abrazo! PD: con respecto a la neuro-ciencia, mucha preponderancia se le de está dando a la amígdala, parece que teníamos otra que no se extirpa tan fácilmente. Menos mal. Porque a las mías me las sacaron a cambio de un helado pedorro. Abrazo!
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